jueves, 1 de noviembre de 2007

El Mensaje


La iglesia no se parecia en nada a las tradicionales parroquias que eventualmente asistía; pero no me senti una extraña. Con emocion escuché los canticos de alabanza, participé de la oración unánime y con asombro miraba a las personas que testificaban. La gente aplaudía y se gozaba y luego en un silencio reverente, La Palabra del Señor fué predicada.
El mensaje penetraba como en golpecitos en mi corazón, mientras tanto se encimaban las preguntas sin respuesta que mi mente formulaba.
¿Cómo sería aquello que las cosas viejas pasaban? ¿Cómo serían hechas nuevas? ¿Se podía acaso retroceder el tiempo, borrar lo mal hecho, eliminar vivencias, recuperar los sueños, las ilusiones o las pertenencias? ¿Podrían mis hijos acaso volver a tener la adolescencia que pasaron de espectadores llorando en silencio? ¿Quizá Dios sería un mago gigante con una vara en la mano como en los cuentos?. Volvió mi mente al mensaje del cual me retraje un momento y como que el Señor escuchó mis pensamientos me contestó por medio de aquel gran hombre pequeño a quien todos llamaban pastor que dijo con potencia y convicción: "Al que cree todo le es posible, porque no hay nada imposible para Dios".