jueves, 13 de septiembre de 2007

En mis comienzos

Oración
Señor, yo quiero ser una antorcha que arda y alumbre; quiero ser de tal modo que Tú puedas vivir en mí. Quiero ser como Tú. Caminar entre la gente y transmitir tu paz. Quiero mirar, quiero hablar, quiero sentir por las personas ese amor tuyo fraternal. Quiero reflejarte Señor en todo mi accionar.
Ayúdame Señor a tener paciencia, Tú sabes que me falta cuando tengo problemas. Por más que me proponga controlar mi carácter, comienzo a dominar en vez de dominarme. Saco mis ojos de Ti y comienzo a discutir; mi lengua no puedo sujetar, busco la lógica, la razón y te confieso Señor me olvido de tener piedad. Como saldo me queda dolor y quebranto y el problema continua igual. Necesito de tu paz. Mis manos comienzan a pasar las paginas y al mismo tiempo secan mis lagrimas que no puedo evitar al encontrarme con tu amor, tu santidad y cuando entiendo las cosas que me quieres rebelar "Que el tiempo de nuestra vida es como la hierba que crece en la mañana y a la tarde se seca; como torrentes de aguas nuestros días son arrebatados y como el día de ayer son nuestros años. Como un pensamiento terminan nuestras jornadas, y la vida es como en la noche una vigilia". Con asombro pienso en esta verdad, en toda Tu Palabra me estas advirtiendo que mire lo eterno, que saque mis ojos de lo temporal, que la vida del hombre es transitoria y que Tú eres eternidad.


COMO CIEGOS



SE PUEDE MIRAR Y NO VER, Y SE PUEDE VER SIN MIRAR, SE PUEDE SER LITERALMENTE CIEGO, O SE PUEDE SER CIEGO ESPIRITUAL...


Este pensamiento trae a memoria una experiencia que Silvia, una amiga de mi hermana tuvo con el Señor. Ella nos contaba que desde el principio de su conversión Dios le hablaba. Claramente escuchaba las respuestas a sus preguntas con palabras.
Silvia era la única convertida de su familia. Su esposo era un hombre violento propenso a la ira. Sus hijas adolescentes se rebelaban; el único que a veces la acompañaba a la iglesia, era su niño más pequeño. Compartían una casa grande, en la cual albergaba a su madre y para colmo de males en la planta baja vivía su suegra. Ella decía que el enemigo estaba constantemente dentro de su casa y cuando no era uno era el otro el que la atacaba. Un día estaba tan enojada que había perdido la paciencia. Caminaba por el centro de la ciudad y la rabia hacia saltar sus lagrimas. Mientras reclamaba a Dios decía que no estaba dispuesta a seguir siendo atropellada.
De pronto, vio venir hacia ella un hombre ciego, que con cautela movía de un lado a otro su bastón para detectar los obstáculos que pudiera haber por delante. Inmediatamente comenzó a escuchar la voz de Dios: ¿Vez a ese hombre ciego? Imagínate por un momento que te hubiera atropellado; hubiera hecho trastabillar tus pasos provocándote golpes, heridas o la perdida de lo que llevas en tus manos. Imagínate por un momento ¿Te hubieras enojado? - ¡No Señor, como crees! - contesto ella con todo su cuerpo erizado.
- ¿Acaso no te hubieras olvidado de tus propias heridas y de tus perdidas? ¿No te hubieras fijado primero en el pobre ciego y dolida en tu corazón, hubieras lamentado haberle sido de tropiezo? ¿Acaso no habrías sido movida a misericordia por su condición?
Silvia, mira tu casa y tu esposo, tus hijas, tu madre y tu suegra, ellos son todos ciegos que no tienen cautela porque ignoran que lo son. Tú tienes ojos que miran y pueden ver: Mi Palabra es lumbrera a tu camino y lámpara a tus pies. En ti hay una luz.
Y dijo Jesús: "VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO... Y NO SE ENCIENDE UNA LUZ Y SE PONE DEBAJO DE UN ALMUD, SINO SOBRE EL CANDELERO Y ALUMBRA A TODOS LOS QUE ESTAN EN LA CASA".
Lidia Gil de Blunno


Villa Allende, Córdoba